jueves, 16 de febrero de 2017

PSICOLOGÍA Y FOTOGRAFÍA: TRÍOS Y TRIÁNGULOS EN LA COMPOSICIÓN FOTOGRÁFICA




Que el número tres tiene una saliencia especial parece fuera de toda duda. Y no me refiero sólo a que existe una preferencia visual muy evidente por los grupos de tres elementos en las imágenes fotográficas o pictóricas. Una preferencia de la que muchos fotógrafos y artistas plásticos se han servido para dotar de interés a sus trabajos. Es cierto que los elementos únicos pueden funcionar muy bien en algunas fotografías, sobre todo en composiciones simétricas que tratan de transmitir soledad y aislamiento. El par también puede resultar atractivo, aunque la imagen puede resultar demasiado equilibrada y algo sosa. En cambio, parece que cuando son tres los elementos que componen la imagen se diría que aumentan las posibilidades de lograr composiciones interesantes y a su vez equilibradas. Y no sólo observamos esa preferencia en lo relativo a los elementos incluidos, también merece la pena recordar el uso de las composiciones triangulares por los pintores clásicos, o la tan recurrida reglas de los tercios, que parte en tres secciones la superficie del encuadre.

Más allá de esa importancia en lo visual, el número tres ha sido considerado un número especial incluso mágico en muchas culturas. Si para Platón el tres representaba al Ser Supremo en sus dimensiones material, espiritual e intelectual, y para Aristóteles la unidad del hombre, Pitágoras lo consideraba el número de la constitución del universo. Y tres eran las operaciones aritméticas básicas: la suma, la multiplicación y la elevación a la potencia, con sus correspondientes operaciones inversas. Muchas religiones consideran trinitarias sus deidades. Para los cristianos, al igual que para los judíos, el número tres simboliza la divinidad representada por la Santa Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo).El hinduismo también considera una trinidad parecida (Brahma, Vishnú y Shiva) y el budismo presenta varias trilogías. Sin olvidar que para la masonería el número tres forma parte de su esencia.

Volviendo al asunto de la importancia del número tres y de las figuras triangulares en el ámbito de las imágenes visuales, tendríamos que preguntarnos a qué obedece esa preferencia que parece rebasar los límites de nuestra cultura occidental. Tal vez esa atracción hunda sus raíces en nuestra primera infancia, concretamente en las primeras interacciones que se establecen entre el bebé y su madre o padre. Y es que desde las primeras semanas de vida el rostro humano atrae poderosamente la atracción del recién nacido que siente fascinación por esos ojos que se mueven y que presentan un fuerte contraste tonal, y por esa boca que además de moverse emite unos sonidos de musicalidad suave y aterciopelada. Es decir tres elementos triangulados que conforman un esquema visual que va a quedar grabado en el cerebro del bebé, asociado fundamentalmente a experiencias placenteras. Y si esos tres elementos incluidos en el rostro de la persona que cuida del bebé resultan interesantes y tranquilizadores, también parece que nos resulta interesante encontrar composiciones visuales que incluyan tres elementos, sobre todo si entre ellos se establece una relación triangular. Y es que las experiencias visuales precoces resultan determinantes de nuestras preferencias visuales. Otras áreas cerebrales, como la corteza prefrontal, madurarán más lentamente, pero la que se relaciona con la visión abrirá, y también cerrará, pronto su ventana a las influencias ambientales.

Texto y fotografía: Alfredo Oliva

domingo, 5 de febrero de 2017

Retórica fotográfica

    Foto: Judy Dater

Nunca había sido tan fácil el acceso a las imágenes fotográficas. A un par de clics podemos tener en la pantalla de nuestro monitor cualquier fotografía de alguno de los grandes maestros, o de los no tan grandes. Pero esa facilidad es también un arma de doble filo que hace que saltemos por encima de las imágenes sin detenernos en ellas más allá de unos segundos. Y aunque el impacto emocional que puede generarnos una fotografía no precisa de mucho tiempo, sí lo requiere un análisis detallado que tenga el objetivo de conocer por qué una imagen fue capaz de captar poderosamente nuestra atención. Un análisis que nos va a permitir profundizar en nuestra formación como fotógrafos y adquirir un conocimiento que luego podremos trasladar a nuestra forma de trabajar. Y no es que yo recomiende salir a fotografiar tratando de aplicar de forma consciente y racional todos esos recursos aprendidos. Así se disfruta poco. No obstante, y aunque el fotógrafo suele tirar más de intuición o corazón que de razón, todo ese aprendizaje previo va a salir a relucir de forma natural condicionando nuestra mirada. Y también nos ayudará a entender por qué algunas de las fotos que hemos tomado funcionan mejor que otras, facilitándonos la edición posterior. Como Garl Gustav Jung aconsejaba a sus alumnos tras finalizar sus estudios: Ahora olviden todo lo que hayan aprendido y salgan a practicar. 

Estudiar composición, conocer las leyes de la Gestalt, o tener nociones sobre cómo funciona la luz o de qué manera combinan los colores me parece una gran ayuda, como también lo puede ser el conocimiento de la retórica visual. En su acepción tradicional, la retórica ha sido definida como el arte y estudio de usar el lenguaje de manera efectiva y persuasiva para influir sobre los pensamientos y acciones del oyente. Y aunque en su definición tradicional se restringe  al lenguaje verbal, no hay ninguna razón que impida su generalización o aplicación al lenguaje visual. Eso fue al menos lo que en 1970 hizo Jacques Durand, quien tras analizar miles de anuncios publicitarios propuso una matriz muy útil para comprender la sintaxis de cualquier imagen, mostrando la facilidad con la que podemos alterar una imagen para cambiar su significado.

Aunque no pretendo describir dicha matriz de forma exhaustiva, sí es necesario hacer referencia a las cuatro operaciones semióticas que propuso Durand: adición, sustracción, sustitución o intercambio de elementos visuales. Y para cada una de estas operaciones hay cinco posibilidades para alterar el mensaje en una u otra dirección. Por ejemplo, en el caso de la adición se podrían añadir elementos idénticos, parecidos, diferentes u opuestos. Y lo mismo ocurriría con el resto de operaciones, lo que proporciona figuras retóricas tales como el oxímoron, el símil, la metáfora, el eufemismo, la hipérbole o la metonimia. Evidentemente el poder de una imagen no se basará solo en la retórica, la estética también resulta muy determinante. Cuando ambas combinan sus artes la imagen puede alcanzar la excelencia.

El análisis de algunas de las imágenes más conocidas de la historia de la fotografía puede servirnos para descubrir cómo aquellas que han resistido mejor el paso del tiempo contienen algunos elementos retóricos. La antítesis, consistente en la inclusión de elementos opuestos, ha sido una de las principales figuras retóricas usadas por los fotógrafos, sobre todo desde que Johannes Itten y la escuela Bauhaus destacaran su importancia. Sirva como ejemplo la foto de Elliott Erwitt  "Brasilia", en la que un caballo pasta plácidamente mientras que tras él un grupo de hombres se afanan en arreglar un camión. Un contraste entre medios de transporte con distinta eficacia que arranca una sonrisa del espectador que no siempre es consciente del motivo que le hace sonreir. O esa otra imagen suya en la que un grupo de estudiantes de arte de espaldas a la cámara completamente desnudos dibujan a una modelo totalmente vestida.

El oxímoron también se basa en la oposición de dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto. La música callada o el silencio atronador son buenos ejemplos de esta figura retórica a nivel verbal. En el plano fotográfico, Llorenç Raich alude a la presencia de un oxímoron en una de las fotografías que Josef Sudek tomó desde la ventana de su taller: unas hojas nuevas que parecen brotar en la rama de un árbol seco (vida y muerte unidas en la imagen).

La metáfora, en la que uno o más elementos visuales aluden por analogía a alguna idea de mayor calado, también aparece con frecuencia en la obra de algunos maestros. El río o el camino como símbolos del fluir de la vida. Y el sol poniente o el árbol seco como metáforas de la vejez y la muerte.

La alusión también aparece con frecuencia en muchas fotografías en las que el fotógrafo, de forma casual o intencionada, hace que un elemento incluido en el encuadre haga surgir en nuestra memoria alguna idea o imagen. Sirva como ejemplo la fotografía  de Bruce Davidson "Child standing on fire escape", en la que la vestimenta, el cabello y la posición del niño nos recuerdan la figura de Jesucristo, lo que refuerza la idea de sufrimiento o abandono de la criatura. 

En la elipsis, tan frecuente en la narrativa cinematográfica, la omisión del algún elemento visual esperable en la imagen fotográfica hace que dicho elemento resalte precisamente debido a su ausencia. El cigarrillo en el cenicero del que aún brota humo nos hace pensar en la persona que estuvo y ya no está.

En fin, un buen puñado de figuras retóricas que bien utilizadas pueden ser de gran utilidad cuando tratamos de transmitir y emocionar con nuestras fotos. O, simplemente, cuando queremos saber por qué extraña razón esa imagen fotográfica nos gusta y nos emociona tanto.